miércoles, 6 de enero de 2010

¿Todo vuelve a su cauce?

A dos días de retomar las aulas, tras la resaca navideña y sin sacar nada en claro de mi vida en las vacaciones, aparte de las horas extra de sueño, aquí estamos. Días moviditos los anteriores.

El lunes comenzó tarde, como casi todos los días de vacaciones, y con una llamada de teléfono. A eso de las dos, me levanté de la cama para acallar el insistente pitido atronador del teléfono. Era una amiga con la que hacía tiempo que se nos había enfriado la relación, por la falta de tiempo, el cambio de hábitos de ambas y la distancia. Pero, la navidad, nos ha vuelto a unir de una manera más firme de nuevo.

Me llamó para contarme sus penurias (o anécdotas, como quiera verse)de la nochevieja y yo también le conté las mías, que por suerte o por desgracia, había tenido unas cuantas. Tras este intercambio de información más o menos válida para seguir con nuestras vidas, quedamos par la tarde. Íbamos a ir a dar una vuelta por ahí.

La vuelta por ahí se convirtió en un paseo por medio Euskadi y provincias limítrofes.

De la montaña a la playa, y de allí directas a un centro comercial que creíamos que estaría medio vacío, pero nuestro vaticinio fue de lo más erróneo. Pasando de la calma a la histeria en cuestión de minutos, comprendimos porqué la gente vivía dónde vivía, por muy recóndito que nos pareciera el paraje.

Buscando un spa para un regalo de cumpleaños, acabamos en una pequeña casa habilitada como hotel rodeada por mar por todos sus ángulos. Precioso, pero un frío poco agradable. Había unas cuantas casas más por allí. Básicamente todos negocios relacionados con el tercer sector. Campings, restaurantes y otro hotel también habían elegido esa ubicación para llevar a cabo sus actividades económicas.

Al llegar pensamos que estaban locos por hacer algo así allí, que no iría nadie. Pero, nos equivocamos. Había bastante gente. Y la paz que se respiraba allí, en pocos lugares cercanos a aquí se podría encontrar. Estaban unos cuantos hombres pescando de noche entre las rocas, y gente paseando con sus canes. Idílico el lugar. Si algún día tengo la necesidad de ir a un lugar escondido del mundo, ese será el elegido sin dudar.

Tras esa paz y armonía, y con un tour turístico por la mitad de las localidades de la margen izquierda, llegamos al centro comercial. Después de que hubiera abierto unos cuantos comercios de Bilbao y alrededores el domingo para realizar las compras navideñas, el lunes seguía lleno de gente. Y apuesto a que ayer estaría muchísimo peor. No comprendo la capacidad humana de dejar todo hasta el último momento. Yo también la tengo sobretodo en la cuestión estudiantil, pero con los regalos no. Hay que ser algo más inteligente. ¿Qué importa que se entregue un regalo el día 5 o el 7? Diferencia no hay ¿o si? Seguramente podamos encontrar una diferencia sustancial en el precio, porque el día 7 señores, empiezan las rebajas.

Si hay tanta recesión y crisis ¿que hacía aquello lleno de tanta gente con tantas bolsas de compra? Podrían esperar dos días para hacer sus compras algo más baratas. Pero, eso ahora no importa, porque estábamos en navidades, época de derroche económico y etílico y ¿recogimiento familiar? Eso dicen al menos.

Parecía que acababa de pasar un carro de combate por allí. Las dependientas, con una tranquilidad pasmosa, tampoco se daba por muy motivadas tras la avalancha de ropa que se congregaba allí, en los estantes o directamente en el suelo.

Después de todo aquello, fuimos a tomar algo y llegamos al día siguiente a casa. Nos esperaba un día duro el martes.

A las 6 de la tarde nos dirigimos hacia allí. Lugar al que sólo vamos en navidad. La iglesia de Artziniega. Nos proporcionaron nuestros disfraces y nos vestimos. Estábamos preparadas para la función. Hoy iba a ser algo más especial, más humano.

Con sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, nos dirigimos hacia el frontón municipal portando los caballos reales. A las 7:30, más o menos puntuales, llegamos allí arropados por la expectación infantil que flotaba en el ambiente. Una hora y algo después, y llenos de papeles de regalo rasgados y caramelos por el suelo salimos de allí.

Tras la avalancha de niños de esta tarde, más de 150 niños (y no tan niños) que recibieron los regalos de este día de nuestras manos, nos dirigimos hacía el convento de las monjas de clausura. Las clarisas de Artziniega tienen una peculiaridad, aparte de hacer unas afamadas rosquillas (que están buenas, pero para mi gusto no son para tanto), rezar para que no llueva el día de tu boda/bautizo/comunión/confirmación y hacer ropa para bebés, la mayoría de ellas no son de aquí, son de Filipinas. Allí hay 16 mujeres que no salen del convento casi nunca, por lo que una visita ajena a aquellos lares es un grandioso acontecimiento para ellas. Llegamos con sus regalos, unos coloridos pijamas de celpa por los que nos bendicieron y nos dieron mil gracias, besos y abrazos y unas rosquillas. Más tarde nos acercamos a las casas particulares de algunos ancianos de la comunidad para llevarles sus regalos también.

La noche de reyes había terminado para nosotros, ¿o no? Subimos a la iglesia, allí comimos algo, e hicimos una larga sobremesa aderezada con licor de hierbas y patxaranes caseros, divinos y bendecidos. Delicia divina vamos.

Lo mejor de la noche sin duda fue la satisfacción de haber hecho más o menos felices a tantas personas, en tan poco tiempo, o haberlo intentado y la recuperación sin prisa pero sin pausa de una amistad a la que tengo tanto aprecio y estaba ya, casi perdida. Esperemos que sigamos así mucho tiempo.

Todo vuelve a su cauce en mayor o menor medida, tras los excesos navideños volvemos al tedioso trabajo estudiantil y a las temidas pruebas finales. Cuándo tenemos un problema, y se deja estar, al final llegará un momento en el que se vuelva al punto donde se originó la terrible diferencia que marcó el cese momentáneo de la amistad o lo que fuera. Todo es así. Un ciclo. Volveremos a lo que dejamos, y dejaremos algo a lo que volver.

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