jueves, 26 de noviembre de 2009

El humo y la vida...

Y tras agarrarte a un clavo ardiendo ¿Qué es lo que queda en la mano? Una simple quemadura, más o menos grave. De mayor o menor intensidad. En definitiva, una herida de la que quedará cicatriz.

Primero, saldrá una ampolla que intentarás explotar más de una vez de cualquier tipo de manera, con cualquier tipo de artículos. Pero, desgraciadamente, no se irá. Y lo seguirás intentando. Aunque en el instante en el que lo hagas, el dolor, se intensifique sobremanera.

Con esto, no quiero imitar al gran rey de las cosas pequeñas, Luis Piedrahita, hombre al que siempre he admirado por saber darle a las pequeñas cosas, la gran importancia que merecen.
Pero, quería hablaron de los ceniceros.

¿Alguien se ha puesto a pensar, alguna vez, en cómo se sienten los ceniceros cuándo tantas personas, en reiteradas ocasiones, presionan y aprisionan las colillas en su haber?
Yo, hoy, lo que estado meditando. He llegado a la conclusión de que se deben de sentirse algo doloridos de tantas quemaduras, en tan poco tiempo, en tan poco espacio.

Tengo aquí un testimonio revelador de uno de estos individuos, un cenicero que no quiere revelar su identidad:

“A nadie le importa el cenicero, nadie se acuerda de él en situaciones normales, sólo se acuerdan de él cuando le necesitan.
Cuando necesitan que todo esté limpio y ordenado, impoluto diría yo.
Cuando quieren que acabe con sus humos, con sus sinsabores…
Sólo me quieren para poder seguir exprimiéndome al máximo de mi capacidad.
Sólo para eso. Simplemente para eso.
Para seguir acompañando a aquel nefasto lugar.”

Debo de haceros una confesión, yo soy aquel cenicero anónimo del que hablaba.
Pero ya las colillas no están impolutamente recogidas, no, están a punto de rebosar.
Ya huele a colilla recalentada.
Pero, aun así, ya nadie se acuerda de limpiarme.
Sólo me recuerdan hasta la saciedad para qué he de servir: para apagar y recoger la mierda y acompañar a quién me compró, si se tercia.
Sólo pasa eso. Nada más.


Firmado: un cenicero que soñaba con dejar una cicatriz en un cigarro, pero quedó en vano intento, porque él, quemaba menos que la ardiente y maloliente colilla.

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